[EXCLUSIVO] La feminización de las palabras y su polémica

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Hoy voy a salirme un poco de mi guión habitual de videojuegos-traducción-cine para hablar de un tema que, visto lo visto, es muy necesario que salga a la luz (especialmente cuando justo ayer fue el Día de la Mujer).

Hace poco, como sabéis, decidí darle un lavado de cara a mi web para incluir mi labor como redactora. En el encabezado inicialmente añadí «Redactora y crítico de cine». El caso es que había visto que la profesión de crítico ya se había feminizado y la RAE aceptaba crítica en su diccionario, pero varias personas me indicaron que a pesar de ello era incorrecto referirse a una misma como ‘crítica’, y que la definición de la RAE debía estar equivocada. Viendo además que las fuentes serias usaban tanto una forma como otra, decidí preguntarle a la Fundéu si era preferible referirme a mi profesión como ‘crítico’ o ‘crítica’. Me respondieron que debía usar la forma femenina.

A pesar de que tanto la RAE como la Fundéu dicen que lo correcto es utilizar la forma feminizada siempre que esté reconocida, hay un sector más amplio de lo deseable que considera que el uso de las palabras feminizadas desvirtúa el lenguaje. Aluden a la supuesta falta de sentido común de quienes las usan y las normalizan, y algunos llegan a tal punto que las comparan con vulgarismos. Incluso hay mujeres que prefieren nombrarse a sí mismas con la forma masculina, creyendo que la forma femenina les quita caché o que las etiqueta como mujeres feministas o defensoras de ciertas tendencias políticas (aquí es necesario recordar cuál es la definición de feminismo que muchos parecen desconocer, y es: «Movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres»). No sólo no se conforman con no usar una palabra feminizada, sino que arremeten contra las que sí lo hacen.

Un ejemplo: hace poco alguien puso un panfleto lleno de mayúsculas (o gritos) aludiendo a la supuesta incorrección de la prensa por utilizar palabras como ‘presidenta’ o ‘jueza’ (ambas aceptadas por la RAE y la sociedad), con un contenido sensacionalista, sexista y falso que la Fundéu ya ha desmentido ampliamente. Muchas escribimos defendiendo el uso de estas palabras, que es correcto, y explicando que en el siglo XXI el lenguaje evoluciona para acabar con el reflejo de la represión histórica de las mujeres, cosa que no sentó bien a algunas personas (incluyendo mujeres).

Particularmente, y como habréis visto en mis entradas, soy de las que utiliza el masculino como género marcado para referirme tanto a hombres como a mujeres: creo que no es necesario poner ‘todos y todas’, por ejemplo. Me rijo por la norma, y  en este caso, aunque considero injusto que se use el masculino, creo que es beneficioso para la economía del lenguaje. Ahora bien, lo que no es de recibo es que no se respete la opinión de mujeres que se sientan heridas en su dignidad, sean feministas o no, o independientemente de su orientación política, cuando se usa el lenguaje de determinada manera. 

No quiero iniciar una polémica al respecto, nada más lejos, sólo abrir los ojos de cómo el lenguaje puede reflejar el mundo y de cómo todos tienen derecho a opinar sobre el mismo sin burlas ni ironías. El lenguaje no es propiedad de nadie, salvo de sus hablantes. Y es curioso cómo hay quienes son más prestos a defender (o eso creen) lo primero en detrimento de los segundos.